El Obispo Jean Marie dando la Santísima Comunión a las Hermanas de Fraternite Notre Dame en el Santuario de Nestra Señora del Frechou, Madre de Misericordia y Madre de la Iglesia, en Chicago (Estados Unidos)
"La Iglesia expresó, y continúa expresando,
este culto de la adoración debida al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, no solamente durante
la Misa, sino también junto a la celebración;
conserva las hostias consagradas con sumo cuidado, las presenta a los fieles para que puedan venerarlas solemnemente y las eleva en procesión, ocasionando júbilo en vastos sectores de la población.


Durante las ceremonias, realizamos procesiones Eucarísticas cuando el sacerdote porta la custodia que contiene la Presencia Real, mientras los fieles entonan cánticos de adoración y caminan delante de la procesión.

A la Alta Misa le sigue la bendición del Santísimo Sacramento, en la cual el Sacerdote sostiene la custodia y la bendice mientras los fieles se arrodillan y se prostran ante la misma. Todos recitan invocaciones de adoración y reparación.

En síntesis, la Sagrada Eucaristía es la maravilla del amor de Dios por la humanidad. El Señor derramó en ella todas las riquezas de su Sagrado y Misericordioso Corazón, y no hay nada más admirable que la institución de este augusto misterio, donde es su voluntad residir, hallándose así presente en el mundo hasta el fin de los tiempos.



Pero si Nuestro Señor Jesucristo se llena de dicha cuando se ve rodeado de niños, la Santa Iglesia, por su parte, encuentra su gloria en la posesión de este adorable Sacramento; y cuenta entre sus responsabilidades rendirle a la Sagrada Eucaristía el culto supremo de latria, que a la Misma es debido.

La Iglesia regula este culto, determinando sus ritos y ceremonias, que deben ser observados en todas las circunstancias. La Santa Iglesia ofreció un cuidado maternal infinito al impartirle a los fieles el respeto y veneración por los Sagrados Misterios. Por ello constantemente dice a todos sus hijos cuando se acercan al santuario donde descansa el Hijo de Dios, que "deben aparecer ante el mismo temblando, pues se hallan realmente ante la casa de Dios y el portal del Cielo".

Fieles al espíritu de la Santa Iglesia, nos presentamos ante la Sagrada Eucaristía sintiendo una gran fe y un profundo respeto, dado que Nuestro Señor Jesucristo desea condescender con nosotros, al punto de convertirse en compañero de nuestro exilio. Demostrémosle nuestra gratitud y nuestro amor sin reservas, ofreciéndole esplendor en su culto, majestad y dignidad en su servicio, manteniendo la limpieza de todos los objetos que se utilizan en el altar y siguiendo fielmente las reglas de la liturgia, tal como lo practica nuestro Fundador.

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